Para quienes crecimos en los 90 y principios de los 2000, MTV no era solo un canal: era una época. Era el fondo musical de nuestras tardes, la chispa de nuestras primeras rebeldías y, sobre todo, un espejo donde veíamos reflejada una cultura global que comenzaba a colarse por nuestras ventanas.
Encender MTV era abrir una puerta a lo desconocido. Nos tocó vivir la era de los videos musicales como eventos: esperar el estreno de un nuevo videoclip de Britney, Eminem o Linkin Park era casi como un ritual colectivo. No había “replay” inmediato ni redes sociales que filtraran todo antes de tiempo; había expectativa, emoción, y esa sensación mágica de estar viendo algo al mismo tiempo que miles de personas en todo el mundo.
Fuimos felices con caricaturas irreverentes como Beavis and Butt-Head, Daria o Celebrity Deathmatch, que rompieron esquemas con sus estilos visuales poco convencionales, temáticas adultas y un humor ácido que marcó a toda una generación.
También fuimos testigos de los primeros reality shows, cuando “The Real World” o “Jackass” marcaron el inicio de una televisión distinta, irreverente y sin filtros. Era un tiempo en el que MTV se atrevía a experimentar, a desafiar, a conectar con una generación que estaba aprendiendo a hacerse escuchar. En esos programas, con sus aciertos y excesos, muchos descubrimos otras formas de vivir, pensar y crear.
Y ni hablar de la música en vivo. Los “MTV Unplugged” eran auténticos acontecimientos. Ver a artistas como Nirvana, Shakira o Café Tacvba reinventarse frente a un público íntimo, con guitarras acústicas y emociones crudas, era una experiencia única. A través de la pantalla, se sentía como si estuviéramos ahí, respirando el mismo silencio antes de cada acorde.
LosPremios MTV eran un evento imperdible, casi como una cita colectiva frente al televisor. Esperábamos con emoción ver quién ganaba, pero también quién escandalizaba, quién rompía esquemas y quién hacía historia en el escenario. No era solo una entrega de premios: era el pulso cultural de una generación. Desde presentaciones icónicas como Nirvana desafinando a propósito, Britney con su pitón amarilla o Madonna besando a Christina y Britney, hasta discursos inesperados y momentos virales antes de que existiera Twitter… los MTV Awards eran rebeldes, frescos y profundamente pop. Recordarlos es como hojear el álbum de una juventud que vivía la música en vivo, con nervios, euforia y sorpresa real.
Hoy, saber que MTV cerrará transmisiones el 31 de diciembre es como si apagaran la luz de un lugar que ya no visitábamos tanto, pero que siempre estaba ahí, esperándonos. No duele porque lo usáramos aún, duele porque fue parte de quienes fuimos. Es un recordatorio de que el tiempo avanza, de que las plataformas cambian, y de que algunos capítulos se cierran sin estridencias, como el fade out de una buena canción.
MTV no solo nos mostró música: nos formó el oído, el estilo, la mirada. Fue una brújula cultural en una época sin mapas digitales. Y aunque ya no esté, la nostalgia nos conecta con esos días en que la televisión era más que un fondo: era nuestra ventana al mundo.
Personalmente puedo decir que, MTV marcó mi vida. Me enseñó a sentir la música más allá de escucharla, a descubrir mundos distintos desde mi habitación, a imaginarme en escenarios imposibles. Sus programas, caricaturas y premios fueron parte de mis tardes, mis charlas con amigos y mis primeras pasiones musicales. Despedirlo es, de alguna forma, despedir un pedacito de mi historia… pero también agradecerle por haberla hecho inolvidable. (Sam García)
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de grietacero.com

